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Mujer creada a imagen y semejanza

por Mª Isabel Rodríguez peralta



Comparto mi aportación en la mesa redonda titulada ‘Mujer, creada a imagen y semejanza’, 9 de junio 2021 organizada por la Pastoral Familiar.

Parece evidente que la vida humana nace del encuentro entre el hombre y la mujer. El amor de Dios se manifiesta en un amor femenino y masculino. Ambos, seres humanos en el mismo grado, unidos en un signo de comunión interpersonal, en existencia recíproca del uno para el otro nos habla de la humanidad como comunión interpersonal.


Agradezco la invitación para hablar de la mujer. Preparando estas palabras me rondaba una y otra vez la misma pregunta ¿En qué me educa María? ¿En qué nos educa María, mujer de Nazaret? Lógicamente la respuesta dependerá de la imagen que tengamos de ella. Las imágenes provienen de experiencias de lo concreto que afecta a lo más abstracto, es decir a las ideas que tenemos y por eso nos tendríamos que preguntar antes ¿Quién es para mí? ¿Una idea, un personaje de la historia, un cuento, una ideología, una amiga con la que hablar?

Comparto algunas claves para hilar esta breve reflexión. Primero reconocer en María el horizonte esencial para reflexionar sobre la vocación y dignidad de la mujer, segundo descubrir la fuerza específica de lo femenino requiere cultivar una clara conciencia de don y por último contemplar a María en la madre cristiana pobre. Esa madre que nos dio a luz, esa madre sin la cual no se entiende ni nuestra historia ni nuestro presente. Esa madre que nos adentra a la esencia misma de la vida más radical. Madres pobres con nombres y apellidos porque el anonimato no existe más que en discursos alejados de la realidad. Madres que tienen que migrar, que ven morir a sus hijos, aquella que nunca sabe si volverá a ver a sus hijos cuando salen por la mañana de sus casas, madre que sufre la violencia y la injusticia que matan de mil maneras. Y sin embargo, no se entiende la historia, ni la vida sin el genio femenino que lucha por la justicia y la vida como lo hizo María, mujer de Nazaret.


Retomo la pregunta inicial para responder que para mí María es madre y maestra, descubro en ella a una compañera de viaje. Me educa en el querer aprender a escuchar, acoger, acompañar, confiar y salir como ella lo hizo. Vayamos por partes.


Guillermo Rovirosa decía de María que era la gran ‘escuchadora’. María dice Si a Dios. Escucha su voz y le responde. (Lc 1,35). La sombra que cubre el Espíritu Santo supera todos los límites del espíritu humano. Es la unión de María con Dios, la relación íntima entre la madre y el hijo. Es la plenitud perfecta de la humanidad. ¿Cómo escucho a Dios hoy, ahora? ¿Cómo escucho las necesidades de los demás?


Apropósito de la escucha, en el tiempo de pandemia he podido descubrir el valor de la voz, la potencia que tiene la voz para conocer a una persona. Con las clases online es de todos sabido que había muchas resistencias para que los estudiantes pusieran las cámaras; y se hace difícil hablarle a una pantalla en negro o a lo sumo que te veas tu misma (que tampoco ayuda mucho). Eso me obligó a escuchar de otra manera la voz de mis estudiantes y darme cuenta que la voz tiene sus tonos, su cadencia, sus colores a la hora de hablar y sobre todo transmite una parte de su ser, de sus estados de ánimos, de alegría y tristeza. El cómo hablamos transmite también el cómo vivimos cada situación. La voz me acercaba al rostro de los alumnos. Es importante caer en la cuenta que son muchos los sentidos por los que podemos conocer y llegar al corazón de una persona. Las dificultades se tornan en una oportunidad.


Si educar es hablar de corazón a corazón, si amar educa, de eso María sabe un rato y de ella puedo aprender. Lo esencial nos es dado: acoger la vida. ‘Mujer ahí tienes a tu hijo’ (Jn 19,26) fueron las palabras de Jesús en la cruz. Acoger y acompañar a los hijos que nos son dados como lo hizo ella. No elegimos a nuestros hijos. Son los hijos los que nos convierten en madres. Lo mismo nos sucede con los alumnos de una clase, ellos nos son adjudicados y también los tengo que educar. No los elegimos nosotros. Son los alumnos los que me convierten en maestra, no el título. Igualmente estamos llamados a acoger y acompañar a los que nos son confiados de una u otra manera. Somos relación, vivimos en relación permanente en nuestra condición de madre y maestra.


No encuentro mejor imagen que el de la siembra (Mc 4,26-34). Con gratitud recogemos lo sembrado por otros, pero nosotros no vemos nuestros frutos que recogerán otros. Y ahí nace el arte de convivir con esa ingratitud de tantas cosas que no comprendemos. A veces -la inmensa mayoría de las veces- nos puede la impaciencia. Cierto es que los tiempos de Dios no son mis tiempos, también eso hay que aprenderlo.


El otro día me escribió una antigua alumna que entre otras cosas decía ‘Siento que en parte fuiste una semillita en mi camino espiritual y en mi profesión’. ¿En qué momento, cuándo, dónde, cómo sucedió? No lo sé, ni nunca lo sabré. Confiar es tener la convicción de que nada cae en saco roto.


Educar es confiar. María ‘lo guardaba todo en su corazón’ (Lc 2,41-51). Supo estar junto a su hijo, no sobreprotegió a Jesús, no controlaba sus pasos, no le interrogaba. Aprender de ello a no querer poseer a nuestros hijos porque en realidad lo que queremos es que sean a imagen y semejanza nuestra. También pasa muchas veces con nuestros alumnos, los queremos a nuestra imagen y semejanza.


Por último me voy a fijar en la visitación de María embarazada a su prima Isabel (Lc 1.39-56). María se puso en camino de prisa. Tres cosas: una actitud, un hecho y un cántico. Una actitud de servicio, un hecho el encuentro y un cántico, el Magníficat. Una actitud en salida que convierte a María en una compañera de viaje; como dice un amigo ‘carretera y manta’ para ir a donde haga falta.


Si Dios es amor, si estoy hecha a imagen de Dios según su semejanza, entonces yo soy amor. El amor es mi verdad. Si Dios es solidaridad, entonces somos solidaridad. Si eso es cierto convendría preguntarnos, ¿para quién soy yo?



(*) En este enlace puedes ver la intervención completa a partir del minuto 16:



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